El pasado domingo marcó dos goles en el Bernabeu. Trás trás la victoria de su equipo, el 7 descansó feliz. Los últimos meses habían sido tensos, la presión, el mal estado de forma de su equipo, los problemas deportivos e institucionales de la entidad que defiende, el ver a su amigo apartado de la lucha, la llegada al equipo de un entrenador que ni le entiende, ni le da cariño, ni le escucha; todo ello le había alejado de la primera línea de batalla, le alejaba de su equipo y la sonrisa en su rostro era más un recuerdo del pasado que un rasgo del presente.
En el Bernabeu se midió con el otro 7, aquel a quien todos adoran, al que no se le puede criticar. El otro 7 marcó por partida doble, los defensores de la madre patria agitaban sus banderas y reclamaban su regreso a la selección, la víctima debía ser una vez más David Villa, como en el mundial.
David, el 7, se desmelenó, respondió con otros dos tantos, se llevó los tres puntos del Bernabeu y convirtió los gritos en su contra en susurros. Regresaba feliz a casa.
Los siguientes tres días tampoco iban a ser de vino y rosas, la artillería periodística de la capital del imperio cargaba de nuevo en su contra. Si no puede ser Raúl que sea el niño. Comenzaba el plan B, todos contra Villa, el niño titular.
Así fue, ante Italia disfrutó el niño de la confianza de Aragonés. Todos con el niño, este es el delantero de España, corre como un tiro, y otras frases por el estilo intentaban enterrar a David.
Villa salto al cesped en la segunda mitad, concentrado, enfadado con el mundo, dispuesto a matar. Y así lo hizo, Villa provocó el silencio en toda Italia, acalló a los de la capital, marcó un golazo espectacular, desbordó en infinidad de ocasiones y el solito tumbó a la selección campeona del mundo.
Lo volverán a intentar, pero el 7 es Villa. Lo demás es blasfemar.
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